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Agenda cultural

El arquitecto Vicente Lampérez y Romea constituye un referente imprescindible para entender la configuración de la imagen de la ciudad de Burgos entre finales del siglo XIX e inicios del XX. Su fallecimiento, hace ya una centuria, permite efectuar una revisión de su obra y valorar su significación y aportaciones. Esta circunstancia resulta oportuna en el caso de aquellos artistas cuyas intervenciones no recibieron una opinión unánime, sin olvidar que esta tampoco se mantiene con el paso del tiempo. Si, además, el principal campo de actuación de quien es objeto de reflexión resultaba pionero y controvertido, esta mirada retrospectiva parece claramente obligada.

 

 

Aunque nacido en Madrid, donde cursó los estudios de arquitectura y desarrolló gran parte de su vida, se halla íntimamente vinculado a la capital burgalesa y, en concreto, a su magno templo catedralicio. Este hecho es razón suficiente para justificar la conveniencia de efectuar una relectura de su actuación y dar a conocer la amplitud de una obra, tan diversificada como personal, que rebasa ampliamente su intervención en la catedral burgalesa, aunque esta siga siendo su trabajo más representativo.

Es por ello que la muestra, tras presentar la figura del arquitecto, se centra, primeramente, en sus intervenciones restauradoras. Vicente Lampérez, apoyado en la experiencia adquirida en León, bajo la actuación de su maestro y suegro, Demetrio de los Ríos, se hizo cargo, en 1895, de las propuestas que, su también maestro, Ricardo Velázquez Bosco, había planteado para el templo mayor burgalés. A lo largo de varias décadas, don Vicente llevó a cabo numerosos trabajos de restauración pero, también, de nueva obra, como el retablo del Santo Cristo, y culminó su intervención con el derribo del palacio arzobispal, en 1914, lo que dotó a la Catedral, en su flanco meridional, de la imagen que ha llegado hasta nuestros días. A tan ingente responsabilidad, añadió, desde 1904, su nombramiento como arquitecto director de las obras de la catedral de Cuenca para la que diseñó una nueva fachada que nunca se terminó. Sin duda, son estos trabajos los más conocidos de su obra, pero, también los más polémicos por los discutidos criterios restauradores aplicados.

Tampoco puede olvidarse que es artífice de un importante número de edificios civiles, algunos tan significativos para el imaginario burgalés como el proyecto para el Círculo de Obreros de Burgos -1900-, o el de la casa de las hermanas Blanco y Bohigas en la Plaza Mayor, conocida como Casa del Mercurio -1907-. A sus propuestas se debe, igualmente, la imagen de la Casa del Cordón con sus ya característicos miradores. Muy interesantes son sus aportaciones a la arquitectura escolar, como el Colegio de las religiosas del Niño Jesús de Burgos -1895-, el Colegio efectuado para esta misma orden en Madrid o sus obras en el Instituto Cardenal López de Mendoza.

A todo ello se une su dimensión como director artístico de un afamado taller de vidrieras en Madrid, infatigable conferenciante y gran referente de la historia de la arquitectura española con la publicación de numerosos investigaciones, entre las que destaca la Historia de la arquitectura cristiana española en la Edad Media: según el estudio de los elementos y los monumentos -1908-1909-. Toda su actividad se vio reconocida con múltiples nombramientos, como el de director de la Escuela de Arquitectura de Madrid, académico de la Real Academia de la Historia o de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En definitiva, el conocimiento de su trayectoria resulta imprescindible para entender la arquitectura entre siglos, entre el neogótico, el modernismo o el racionalismo, entre la belleza y la función.

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