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Agenda cultural

Un buen día, nos levantamos de la cama, nos miramos en el espejo y nos damos cuenta de que ya somos adultos. Si hemos dejado atrás muchos sueños infantiles sin despertar, nos toca vivir con esa carga de niño dormido en la cuna de nuestras cejas. Que es donde se pinta el asombro y la sorpresa. Esta exposición sirve, entre otras cosas, para dar marcha atrás en el calendario y encontrarnos ante un mundo quieto, pero vivo en la memoria de cada uno de nosotros. Lo podremos andar en carretón de madera, en caballo de cartón, en cochecito de pedales... Es decir, paso a paso, lentamente, sin más alboroto que el recuerdo mismo.

La muestra intenta ser un puente que una la orilla de nuestra infancia, más o menos lejana, con la orilla de la infancia de nuestros hijos. Bajo este puente pasa el río de la vida. Sin más. Quiere ser como una plaza al sol donde brote el diálogo del niño del pasado con el de hoy. Los juegos han cambiado, también las costumbres; ahora bien, el diálogo es el mismo. Conocimiento y experiencia cruzan su palabra con la franqueza y la ingenuidad. El mundo no deja de dar vueltas pero, si nos fijamos atentamente, siempre encontraremos dos niñas colocadas en los polos jugando a la comba con un meridiano.

    La exposición busca fascinar a los padres, aireando su memoria, y sorprender a los hijos, mostrándoles la infancia de sus mayores. Ella aporta el marco, los objetos y la atmósfera. La palabra queda a cargo de los que quieran dialogar. De aquellos que saben que el ayer está tendido siempre hacia la frontera del futuro.
 

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