La eficiencia de la inteligencia artificial, la sobre exposición y rapidez de la comunicación empiezan a desterrar el arte a sus orígenes y al concepto de minorías; siendo estas muy diferentes a las del Renacimiento y/o las de los siglos diecinueve y vente. Las minorías del siglo veintiuno son personas con una sensibilidad ajena a los modismos y a la valoración económica del arte, la tecnología y la comunicación de masas. Están alejados del lujo y del exhibicionismo. Estas minorías, siguen leyendo a los clásicos, filosofía, teatro y poesía, valoran la pintura y la escultura sobre soportes naturales, la voz sin filtros, la música sin estridencias o excesos cacofónicos. Son personas de a pie, nómadas que descubren la belleza y el misterio del “mundo de la marea baja”, personas que en silencio y humildad, realizan un acto de subversión, una manera de dar la espalda a una cultura que prima en exceso el beneficio inmediato de la reproducción, la eficiencia, la rapidez, y que rehúye las supuestas incomodidades de la pregunta, de la pausa, lo diferente y del tiempo perdido o la “utilidad de lo inútil”.
La forma de entender y de sentir la pintura por Jesús Castro tiene que ver con el arte de la seducción, la evaporación, la transfiguración de lo espiritual en materia concreta: forma, color, textura, temperatura, olor, están alineados con los versos de Safo de Lesbos, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, la filosofía de Spinoza o Kant , la música de Mozart o Bach; es literatura y música, es arte y pensamiento que desprende un perfume atemporal, un olor lleno de notas y matices. El primer calificativo que puedo poner a esos olores que recuerdo; es “intenso pero delicado” y si me esfuerzo un poco más añadiré “fresco y libre” La pintura de Castro, está ahí para ser contemplada, sentida, olida, y esta sensación ha permanecido conmigo durante todos estos años en los que le he visto pintar. Intacto y evolutivo, sin contaminación… persistente. La persistencia se ha ido transformando en llamada y ésta en deseo de permanencia y en posesión de la obra.
Esta exposición nos brinda un viaje visual y sensitivo a los paisajes del interior del ser humano, un recorrido lleno de espejos; unos nuevos y otros con el azogue oxidado del tiempo que muta en los caminos de la vida. La amistad tan próxima con Jesús Castro me ha permitido descubrir la belleza y el misterio del mundo aislado y silencioso o tener un encuentro íntimo y calmado con el océano, sus estados de ánimo e incluso eso que tanto atraía al poeta Shelley, su latido.
Dejo para los ojos ajenos a nuestra amistad la oratoria del concepto y la definición, de la calificación al gusto particular de tu obra, que yo, disfruto desde su origen y que tantos momentos han llenado de inspiración y calma.
Sin otro asunto
José Luis del Río Galarón