Los iconos bizantinos de conchita asenjo
Atardecida, como un río lento y sosegado, vuelve Conchita Asenjo con sus iconos bizantinos para revelarnos lo divino, porque el icono es el arte de lo trascendente y no puede entenderse al margen de la fe cristiana; tanto es así, que está inspirado por Dios, siendo la mano humana un mero instrumento transmisor de la iluminación divina.
Los iconos no son el resultado de un simple proceso creativo; hay escritos que relatan cómo antes de abordar su obra, el artista ayunaba cuarenta días, rezaba, era bendecido, limpiaba su casa y se mudaba de ropa. Todo ello formaba parte del proceso de purificación espiritual y material necesario para que Dios se manifestara a su través. « En el arte de los iconos, —dijo Benedicto XVI—, el artista debe liberarse de la mera impresión de los sentidos y en oración y ascesis adquirir una nueva y más profunda capacidad de ver, cumplir el paso de aquello que es meramente exterior a la profundidad de la realidad, de manera que el artista vea lo que los sentidos en cuanto tal no ven y aquello que, sin embargo, aparece en lo sensible: el esplendor de la gloria de Dios, la gloria de Dios sobre el rostro de Cristo (2 Cor 4,6)» [1].
Conchita Asenjo ha comprendido que la clave de la contemplación de los iconos está en la mirada, en adentrar al que mira en el misterio de Dios. La imagen del icono siempre nos mira; la frente grande, signo de sabiduría y pensamiento contemplativo; la boca, pequeña, representación del silencio; el oro, símbolo de luz divina; la plata, claridad de la vida espiritual; las perlas, pureza y fe; las piedras preciosas, el reino de Dios y su belleza.
Los deslumbrantes iconos de Conchita sorprenden y emocionan; lo intocable tocado por su mano culta y veterana, expuesto a la contemplación, hace aflorar un sentimiento de paz, un clima de fe, luna y paloma blanca. Frente al silencio universal del miedo, frente a las olas sonámbulas del mundo, Conchita alza las manos, que son su voz, su forma de expresarse, de justificar una vida callada y despaciosamente dedicada al arte, y vuelve, atardecida como un río lento, alumbrada por la alta luz de sus iconos bizantinos que son revelación, y memoria, y esperanza sonreída de un claro amanecer.
María Jesús Jabato
De la Real Academia Burgense
de Historia y Bellas Artes
(Institución Fernán González)
[1] « El sentimiento de las cosas, la contemplación de la belleza» en Meeting de Rimini (Italia), 2002,